Injusto culpabilizar a los educadores de los malos
resultados en las pruebas PISA. Peor aún, responsabilizarlos del desbarajuste
nacional. Quienes lo hacen, tienen internalizado el discurso oficial. Intentan
desconocer que la crisis de la educación corresponde a otro reflejo más en un
juego de espejos donde se reflejan todas las crisis del Estado: salud,
justicia, policía, ejército, senado, gobernaciones, concejos… Crisis que en Colombia componen el menú
social de cada día. La educación no es más que otra damnificada, otra víctima.
Como en otros campos, la cultura política aplasta la cultura
académica en colegios y universidades. Supedita los parámetros del conocimiento
a los del poder público. Los anula a pesar de la importancia que tiene la
educación en el crecimiento social y humano: ‘Donde hay educación no hay
distinción de clases’, afirmaba Confucio. Convierte a los ministros de
educación en peones políticos del presidente, llegan al cargo por horrendos
cálculos de bancadas y componendas burocráticas. Igual para el SENA o las
Secretarías de Educación. Cargos directivos merecidos por el número de votos;
no por los conocimientos científicos del desarrollo pedagógico, tan complejos y
tan proteicos.
Inútil esperar algo distinto de un funcionario político por
distinguido que sea. El cerebro lo tiene atiborrado de matemáticas del voto
para ganar las próximas elecciones; todo lo reduce a publicidad, imagen y
corrupción. El equipo inmediato lo compone con copartidarios, también limitado
en academia y pedagogía. Su mayor virtud: la vergonzosa sumisión al jefe
político que lo sostiene en el cargo. Su función principal, preparar contiendas
electorales con partes del presupuesto de la educación. En verdad, la educación
para un político es un pretexto, desconoce el maravilloso contenido de la
academia, su generación de vida humana.
Destino similar padecen las universidades públicas. Las
elecciones de rectores no son académicas, son políticas. Están contaminadas con
las mismas trampas. Cuentan además con los obstáculos del Consejo
Superior; recinto tenso de intereses
burocráticos, económicos y políticos. Nada más anticientífico, abundante en
cultura política y escasa cultura académica. Epicentro contaminado que
contamina toda la institución. Incluyendo los procesos de admisión para
docentes, donde triunfan los más políticos y fracasan los más académicos.
Las ramas del árbol se secan, están en crisis, se pudren. La
enfermedad pasa por el tronco, la política; que a su vez, se nutre de la raíz,
el modelo económico. De esos bajos fondos proviene la enfermedad educativa del
país, de la salud, de la justicia… Es allí donde hay que ventilar cualquier
proceso de sanación, es allí donde huele mal.
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