Esta honorable historia habría que buscarla en otra parte: en la filosofía, el arte, la literatura, la novela… Desde las obras originales hasta las producidas hoy en día, trabajos en donde el ser humano es sujeto, donde se explicitan sus grandezas y pequeñeces. ‘La Ilíada’ no ilustra la gu
erra de Troya sino el alma de los combatientes: Aquiles, el guerrero humanizado; Agamenón, el intenso y astuto caudillo, el auténtico político. ‘La Odisea’ no describe la historia de Ítaca sino la bella metáfora del retorno al origen, reconquista del hogar primigenio después de vencer a los fantasiosos enemigos de la existencia. Los ‘lestrigones’ como los recalifica Cavafis.
Tampoco Quijote desentraña la historia española del siglo XVII sino el espíritu libertario de un cuerdo convertido en loco para alcanzar sus sueños. Ni Gargantúa referencia las guerras de Francisco I sino la certeza de un personaje gigante y feliz por vivir en lo natural. Y madame Bovary no reseña la Francia pos-napoleónica sino su desastre humano, ella fue una de las primeras damnificadas por atragantarse con los sueños deletéreos de la nueva sociedad.
En ‘El hombre invisible’, Wells no narra el desarrollo de la ciencia, por el contrario, la utiliza para hacerse una pregunta: ¿Cómo sería la moral de una persona sin la mirada de los demás? Y Rivera no cuenta la historia implacable de las multinacionales en Colombia sino el descenso de un ser humano que huye de la inhumana moral conservadora para desplomarse en la locura voraz del capitalismo liberal. Tampoco García Márquez pretende ilustrar el desastre de las bananeras sino la degradación de un pueblo que, de tantos valores desacertados, se castiga con la soledad, hasta engendrar el último Buendía, especie monstruosa con cola de marrano, devorado por las hormigas. Angustiosa metáfora de la involución: la especie se levantó fugazmente para desplomarse en la bestia, en el ‘homo insipiens’ según Sartori. La historia del ser humano está por construirse.
Tampoco Quijote desentraña la historia española del siglo XVII sino el espíritu libertario de un cuerdo convertido en loco para alcanzar sus sueños. Ni Gargantúa referencia las guerras de Francisco I sino la certeza de un personaje gigante y feliz por vivir en lo natural. Y madame Bovary no reseña la Francia pos-napoleónica sino su desastre humano, ella fue una de las primeras damnificadas por atragantarse con los sueños deletéreos de la nueva sociedad.
En ‘El hombre invisible’, Wells no narra el desarrollo de la ciencia, por el contrario, la utiliza para hacerse una pregunta: ¿Cómo sería la moral de una persona sin la mirada de los demás? Y Rivera no cuenta la historia implacable de las multinacionales en Colombia sino el descenso de un ser humano que huye de la inhumana moral conservadora para desplomarse en la locura voraz del capitalismo liberal. Tampoco García Márquez pretende ilustrar el desastre de las bananeras sino la degradación de un pueblo que, de tantos valores desacertados, se castiga con la soledad, hasta engendrar el último Buendía, especie monstruosa con cola de marrano, devorado por las hormigas. Angustiosa metáfora de la involución: la especie se levantó fugazmente para desplomarse en la bestia, en el ‘homo insipiens’ según Sartori. La historia del ser humano está por construirse.
Columna tomada de LaNacion.com.co