miércoles, 12 de septiembre de 2012

Lobos y corderos, por Jorge Guebely



Exceptuando las mentes belicistas o quienes usufructúan la guerra, los demás saludaremos con pañuelos blancos los diálogos de paz. Conviene acabar esa matazón fratricida e infecunda donde sólo los estratos bajos se aniquilan entre sí por sueños ajenos. No vale la pena seguir construyendo ese ejército de mutilados en nombre de una patria que solamente los utiliza, ni llenar el territorio nacional con cadáveres despedazados por bombas en nombre de una libertad ciega, ni continuar con el secuestro y la extorsión por ser actos inhumanos independientemente de quienes lo sufran. Es torpe continuar con una guerra que ha demostrado ser un enorme equívoco histórico. Hoy, la humanidad espera combatir más con las armas del conocimiento y menos con la fuerza bruta; más con las conciencias saneadas y menos con las feligresías ideológicas.
Su final acabaría con un cúmulo de incoherencias nacionales: el inmenso presupuesto bélico podría servir para inversiones sociales, la cultura de la guerra dejaría de flagelarnos, no volveríamos a elegir mandatarios por temor a las Farc, el Dr. Uribe tendría que inventar otro discurso para ondear su espíritu guerrerista, y las elites carecerían del argumento de la infiltración para desacreditar los movimientos ciudadanos cuando reclaman sus derechos.
Sin embargo, acabaría la guerra pero no habría paz. El Estado capitalista es incapaz de hacer la paz, su naturaleza se lo impide. No se lo permite su instinto de poder vertical, ni su cultura de inequidad, ni sus prácticas corruptas, ni su política mañosa, ni sus capitales voraces, ni su desdén por los vencidos, los que no han podido escalar los estratos superiores, más del 80% de los ciudadanos. No puede haber paz en donde la hambruna lleva a la tumba a miles de colombianos, donde abunda el desempleo a pesar de la permanente desinformación del Dane, y la justicia se enreda en un laberinto de envilecimientos, y la voracidad implacable de los pudientes devora al país, y la astucia política se convierte en ruina para sus electores, y la mentira electoral deviene costumbre para perpetuar la indignidad. Un Estado que únicamente protege el poder económico y el político a todo precio en detrimento del ser humano no puede construir la paz.
‘Que nadie se haga ilusiones –dice Juan Pablo II-, la simple ausencia de guerra, aun siendo tan deseada, no es sinónimo de una paz verdadera. No hay verdadera paz sino viene acompañada de equidad, verdad, justicia, y solidaridad’. Es decir, un Estado distinto, de seres humanos, no esta madriguera de lobos y corderos.
(Columna tomada de LaNacion.com.co)