Acicateado por el prestigio del premio Nobel, compré el libro ‘Amistad de
juventud´ de Alice Munro. Leí los diez relatos y me
encontré con experiencia literaria vivificante. Seduce su voz sosegada, limpia
de fanatismo, de roles femeninos o morales. No es tradicional, ni liberal, ni
rebelde, ni espectacular; simplemente una voz femenina que desentraña el drama
de mujeres corrientes desprovistas de cualquier heroísmo. Un verdadero canto a
la simplicidad femenina.
Historias sencillas construidas con excelente conocimiento del oficio.
Relatos dentro de relatos que recuerdan vagamente la estructura de ‘Las mil una
noche’. Sólo que no hay fantasía sino un realismo psicológico de personajes que
rememoran sueños enterrados o elecciones hechas en el ayer que definieron vidas
presentes. Vidas que, por lo demás, nunca llegaron a la plenitud humana.
Escritura entrañable en donde el drama se carga de poesía. Las acciones corrientes conmueven y trascienden. La
Monro tiene la virtud de ver poesía en lo habitual y trascender lo intrascendente;
de abarcar toda una vida en sus relatos cortos para auscultar malestares de
mujeres que intentan reconstruir sus pasados. Al final de cada cuento, el
lector debe rumiar lo leído para descubrir el milagro literario.
En un cuento,
una mujer sueña con su madre muerta para recuperar ‘la vivacidad del rostro’ y
‘su voz’ perdidos con los años. En otro, la viuda Hazel retorna a la ciudad
donde su marido vivió glorias militares sólo para encontrar olvido, ni siquiera
las personas cercanas lo recordaban bien. ‘Hazel pensó que de nada servía
seguir preguntando por Jack’. El tiempo le carcomió las posibles glorias. En
otro cuento, la narradora se interesa por una poetisa menor. El contenido de
uno de sus poemas contiene la esencia del libro: ‘La escritora, una niña, está
jugando con su hermano y su hermana… mientras el crepúsculo avanza, hasta que
se da cuenta de que está sola y es mucho mayor. Inmóvil, oye las voces
—espectrales— de su hermano y hermana que la llaman’. Así son los cuentos,
marcados por la soledad y la frustración que arriban con el tiempo y los sueños
desvanecidos.
Y en eso reside la belleza de sus cuentos, en la silenciosa
evaporación de vidas vulneradas, borradas con las capas que trae cada nuevo
día. Mujeres que reviven el lento derrumbe de su existencia transportadas por
la nostalgia y el enorme faltante de su aventura terrenal. Nadie como Alice
Monro para develar el gran desastre de la especie: haber abjurado de lo
femenino en la condición humana.