A pesar de los obstáculos, la película ‘Memorias de mis putas tristes’, basada en la novela homónima de García Márquez, es un encanto. Su director, el danés Henning Carisen, resolvió acertadamente los escollos presentados. La exhibió en México donde los activistas moralistas la consideraron impúdica por promover la pedofilia. Sobrellevó con paciencia un proceso jurídico que no prosperó. Filmó en secreto aprovechando los parecidos de una ciudad mexicana con las del Caribe colombiano. Cambió la imagen de la niña adolescente y virgen por una joven madura para evitar la ira de los puritanos. Al final, una película excelente, bien realizada, con excelentes actuaciones. El mismo García Márquez la ponderó positivamente.
No se perdió la poesía de la novela: el estilo garcíamarquiano tan lleno de imaginación, de sorprendentes contrastes y de insólitas frases con hondo sentido humano. El color de una atmósfera urbana y los espacios decadentes de prostíbulos de mala muerte en los años sesentas, tan absurdos y corrientes como sus paredes de cartón. ‘Era un hotel muy grande con tabiques de cartón, en los cuales se escuchaban los secretos de los cuartos vecinos’, decía Gabito. El hotel de prostitutas tristes donde vivió sus épocas de penuria, cerca de El Heraldo en Barranquilla, el que logra convertir en magia caribeña.
Mucho menos se perdió la poesía de la historia. El deseo de un periodista que, en la víspera de sus noventa años, decide regalarse una noche de amor con una adolescente virgen. Un reto literario difícil de alcanzar y magistralmente logrado. Espléndidamente transmitido en la película. ¿Cómo convertir en amor la relación de dos edades tan extremas? Ella que apenas empezaba su erotismo y él que la había acabado. La había invertido en lujuria, sexo sin amor, en mujeres sin rostros. El permanente drama del ser humano, especialmente del hombre. Este pobre animal tan acostumbrado a fornicar sin sentir jamás una eyaculación enamorada. A lo sumo, una eyaculación ebria de placer. ‘El sexo es el consuelo de los que no tienen amor’, dice el nonagenario de la película.
Y gracias a los artilugios literarios, el amor surge entre la adolescente y el decrépito anciano. Bastó suprimirle el sexo, su peor antídoto. Se entregó al flujo esencial, a la capacidad de sentir para trascender, no para poseer. Metáfora de la literatura japonesa, de Kawabata en ‘La casa de las bellas durmientes’. Liberación viva en la película, donde prevalece la búsqueda terrenal del amor para superar la suprema enfermedad de la especie: su caída humana.
Columna tomada de la Nacion.com .co