Preocupa que
el discurso de la universidad pública pierda paulatinamente su vigencia. Poco queda
de su espíritu original. La política lo carcome, lo convierte en fantasma
lingüístico, en perorata de asambleas. Algunas realidades universitarias
evidencian su disecación. El cogobierno académico es más un cogobierno
político. Los partidos tradicionales ondean sus banderas desde rectorías y
consejos para acometer ilícitos legales o promover prebendas administrativas.
Mejor no ha sido su suerte cuando las organizaciones de izquierda dominan su
burocracia. Una razón esencial lo impide: academia y política se repelen.
Mientras la primera se eleva al conocimiento o liberación del ser humano, la
segunda desciende a la feligresía o sumisión en manada.
El
pragmatismo político liberal-conservador hizo metástasis linfático en la
universidad pública. Pragmatismo que origina tanta pobreza humana, tanta
pobreza material y tantas guerras. Las mismas podredumbres electorales que
degradan al país, también degradan a las universidades públicas. ‘Quienes se
postulan como ‘representantes’ son activistas de determinados grupos o
tendencias políticas o individuos con ambiciones de poder’, afirma Víctor
Manuel Gómez, profesor de la Universidad Nacional. Utiliza las mismas artimañas
para nombrar la red burocrática y las mismas trampas para escoger su cuerpo
docente. Emplea las mismas mascaradas institucionales para aparentar democracia
académica y ocultar la corrupción de la astucia, sangre viva del quehacer
político. Con escasas excepciones, la universidad pública no es faro que
ilumina nuevos caminos sino cuarto de san alejo donde se arruman costumbres
viejas. Paga su incapacidad de crear una democracia académica; modelo distinto
regido por el conocimiento, no por las componendas partidistas.
Por
política, la universidad pública se rebajó al estatus de comodín. Sirve para maquillar
estadísticas, para ‘profesionalizar’ sectores medios de un país, para operar
como empresas de menor cuantía... Sirve también para usufructuar políticamente
un presupuesto. Posee muchos servicios colaterales, casi nunca la función
original de la educación. ‘La primera tarea de la educación es agitar la vida,
y dejarla libre para que se desarrolle’, afirmaba una ilustre pedagoga del
siglo pasado.
Descendida
al estatus de instrumento político, se desplomó en el espíritu comercial del
neoliberalismo voraz. La pasión vesánica por el dinero destruye cualquier
construcción de universidad para el desarrollo humano. ‘De la mano del dinero,
los hombres de negocios se hicieron al control académico’, afirma Edward Ch.
Kirkland. Cultura viva en la conciencia de la comunidad académica. Prospera la
universidad empresarial, la liberal, mientras muere paulatinamente el discurso
de la universidad pública. Triunfa, en el mejor de los casos, la universidad
que prepara profesionales exitosos y frustrados seres humanos.