martes, 21 de junio de 2016



DE REGIÓN CARIBE, ALDEA GLOBAL Y
ESCRITORES QUE AMAN EL  PLANETA FÚTBOL

Por Sigifredo Eusse Marino
Embebidos en esta añeja Copa América Centenario y alternando a sorbos una Eurocopa que llegó amenazada de turbulencias extradeportivas, nos veremos inmersos –a partir de este medio año y por el resto, hasta la antesala decembrina– en pleno Planeta Fútbol.  
Todo ello matizado durante siete semanas, de julio a septiembre, con los refrescantes intervalos que nos van a deparar las más grandes fiestas mundiales del pedal: Tour de France y la Vuelta a España, dos rutas de históricas glorias donde también –y de nuevo– Colombia tendrá asegurado protagonismo de primera línea.

Por ahora, nuestro escenario global del momento converge en el área chica de ese polo magnético que nos atrapa frente a cualquier pantalla de entrecasa, esquina o  centro comercial: de este lado del océano, hoy por hoy, Copa América es el mundo.

Históricamente para el fútbol, Copa América es el torneo de selecciones nacionales más antiguo del globo. En los cien años transcurridos, es esta la primera vez que se celebra más al norte de las canchas de América Latina ( la Copa “Centenario 2016” alterna sedes dispersas por todo Estados Unidos). Colombia –que en 2001 de anfitriona, obtuvo la corona del Fútbol de América– ha vuelto a decir presente. Es más, desde el pitazo inicial estuvo entre las opciones a campeonar.
             


¿Será Colombia de nuevo finalista? ¿Será que será el flamante campeón continental 2016? Hasta ahora, mantiene en puras ascuas las opciones y las emociones. Pero vivimos ya la semana crucial: superada la fase de cuartos de final y de por medio la talanquera de un Chile exultante y goleador ( viene de ganarle a México 7 a 1 ), sabremos ahora si es posible que esta tricolor nos preserve la esperanza de un clamor nacional: llegar a protagonizar esa gran final del domingo 26 de junio en Nueva York.  

Entretanto, en simultánea y no solo en Barranquilla, nuestra parroquia Caribe ha venido padeciendo a gusto la muy tormentosa “fiebre Junior”, tan nacionalmente renombrada.

Los atributos de Ciudad-Región que ostenta Barranquilla vienen a ser tanto más notorios en la esfera deportiva y más precisamente futbolera. Esta pasión –no pocas veces contrariada– que suscita el equipo Junior convoca hinchadas que desbordan incluso las fronteras nacionales. Lo hemos vivenciado en esta última final de Liga Aguila 2016: los once de río y mar braveando a muerte, emboscados doblemente y cercados allá arriba, en el propio corazón de la montaña  donde finalmente cayó ante Medellín en ardorosa lucha. Junior queda así Subcampeón de Liga y el semestre entrante competirá por la Suramericana de clubes.  

Desde su condición de macro-espectáculo mediático y movilizador de un imaginario sociocultural globalizante, el fútbol incorpora una estrecha simbiosis popular con Barranquilla, la que, de paso –y con justificados méritos– es la reconocida “Casa de la Selección” nacional y donde la fanaticada Junior será siempre hinchada de primera fila en la tribuna.

Sabido es: por vía de la televisión omnipresente y los invasivos universos digitales, Planeta Fútbol nos toma por asalto, insoslayable, tentacular y ubicuo. Pantallas de toda dimensión nos sirven en el  menú de noche y día sus titilantes constelaciones de grandes, medianas o nacientes estrellas del deporte. Ya que orbiten por los cielos del patio, o que deriven por otros lejanos firmamentos de la esfera cósmica.   

Aquí y allá o una en otra, las esferas no suelen detenerse. Tras la Copa América, el balón rodará a placer por los Olímpicos de Río de Janeiro (en agosto entrante), para luego derivar de un rumbo a otro por canchas de todo el hemisferio: allí donde quepa dirimir, ida y vuelta, cupos continentales al Mundial de Rusia 2018.  

Los James y Ospina, los Cuadrado, Bacca y compañía, confinando el trazado de sus diagonales por alguna verde cancha de ajenas geografías. Tanto como serán pronto los Nairo, Chávez, Urán y los  Henao con su estela de gregarios compatriotas, fieles escoltas a su rueda por donde vayan ellos, desafiando retorcidas cumbres en latitudes de ultramar…
Son ellos los astros y asteroides de este sistema planetario: nuestra aldea global, comprimida toda en pantallas lugareñas de los cuatro puntos cardinales. Y siempre tan fulgurantes ellos, o estelares, como puedan serlo Contador y los Valverde, los Purito, los Frome y los Nibali; un Cristiano Ronaldo a lo mejor, o un Messi, un Bale o un Benzemá…



Argentino y universal: ¿Jorge Luis Borges, anti-fútbol? /// Albert Camus: del fútbol aprendió la vida

Pero ¿es el fútbol solo esto: pandemia de emoción pedestre, minusválida pasión en masa de una ingente legión universal de apoltronados que, aquí y allá, se congregan tribal y religiosamente ante los dioses constelados del balón, a concelebrar este ritual catártico, sadomasoquista en veces y casi siempre dionisíaco?

No parecería, queridos televidentes; –lectores, digo, si los hay. Pues no pocos intelectuales de muy distintas disciplinas ya han venido analizando este fenómeno, aún desde mucho antes que se diera la expansión ilímite del universo tecnomediático que hoy nos abruma, lo mismo que ese desmadre hipermillonario y truculento de un tal llamado “mercado internacional” de jugadores.

El cronista Hernán Brienza, en un ensayo extradeportivo de su blog, “Bitácora”, hizo un prolijo inventario de lúcidos intelectuales y brillantes escritores del mundo que han regalado en letra impresa el testimonio de sus cavilaciones apasionadas tras las rutas y los ritos del balón de fútbol.

Algunos de ellos, con sus pensamientos y sentires, hélos aquí, no sin antes consignar que para el mismo Brienza “asistimos a lo que algunos denominan la futbolización del universo, de la que no puede escapar ni siquiera ese íntimo mundo de las letras”…  

Y ahora sí, de sus sentires intelectuales, el primero éste: “El goleador es siempre el mejor poeta del año'', escribió el cineasta Pier Paolo Pasolini.

“Recuperación semanal de la infancia, domingo a domingo”, esto significa para el español Javier Marías el fútbol.

Mientras que para un Albert Camus “el fútbol me enseñó todo cuanto sé de la vida”, para Jorge Luis Borges no era más que ''una cosa estúpida de ingleses: un deporte estéticamente feo, once jugadores contra once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos''.

En su meláncolico libro Crepusculario –evoca Brienza– Neruda escribió su poema ''Los jugadores'', y 12 años más tarde ''Colección nocturna'', incluido en Residencia en la tierra (…) pero quien entró a saco de lleno nuestra cancha fue el uruguayo Mario Benedetti con su célebre cuento ''El puntero izquierdo'', escrito en 1955 y publicado en el libro Montevideanos.



Juan Villoro y su “dios” redondo”       ///     García Márquez, con Cepeda, hinchada Junior


El llamado boom de la literatura latinoamericana –ilustra el cronista–  se acercó al mundo del fútbol no sólo desde la escritura sino también desde la tribuna. Tras un partido entre Junior y Millonarios, García Márquez declaró: ''No creo haber perdido nada con este irrevocable ingreso que hoy hago públicamente a la santa hermandad de los hinchas. Lo único que deseo ahora es convertir a alguien''.

Aunque ya por aquella época se  había revelado un buen número de escritores que se reconocían “hinchas” del fútbol: entre otros, Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti, Jorge Amado, Augusto Roa Bastos, Ernesto Sábato, Rubem Fonseca, Vargas Llosa, Cepeda Samudio… Algo más tarde, el poeta brasileño Vinicius de Moraes escribió su célebre poema al puntero Garrincha y el español Camilo José Cela sus Once cuentos de fútbol

“Entre tanto, en Europa –apunta Brienza– el austríaco Peter Handke ponía la piedra basal con su novela La angustia del arquero frente al tiro penal, que poco habla de fútbol, es verdad, pero que tiene una de las definiciones más bellas de ese instante crucial en un partido”.

Por los años ochenta, en las esferas creativas del vínculo fútbol-literatura, vino a terciar “el periodismo gráfico: Osvaldo Soriano, Roberto Fontanarrosa y Juan Sasturain se convirtieron en la delantera implacable que se abocaba a escribir sin tapujos ni complejos sobre fútbol, primero desde las crónicas de prensa y el humor gráfico y, finalmente, desde la literatura”. Y también, al tiempo, un ensayista tan lúcido como Eduardo Galeano.

Los sucesos editoriales de otro cronista, el narrador mexicano Juan Villoro, son reseñados por vía internet prolijamente: Juan Villoro –dicen– es un escritor que reúne las tres cosas necesarias para tratar el tema: escribir muy bien, tener sentido del humor y, desde luego, amar el fútbol.

En “Dios es redondo” Villoro define el fútbol como «el deporte que ha hecho de la patada una de las bellas artes». (…) “Dios es redondo” ofrece una vibrante crónica de esta religión laica que llena los estadios, de aquellas supersticiones y mitologías de un deporte que ocurre en el gramado pero también en la mente de sus aficionados. Otro sitio web nos aporta esta cita textual, algo críptica y filosófica, del autor de “Dios es redondo”:  

El futbolista debe combinar el narcisismo del que desea mostrarse a toda costa, la vocación de encierro de una monja de clausura y esa capacidad de tolerar hedores que tiene un presidiario.  ¿Habrá nacido alguien con inclinación natural para estas combinaciones?
La atracción del futbol depende de su renovada capacidad de hacerse incomprensible. Hay algo que no captamos pero sucede, como el crecimiento del pasto o la circulación de la sangre. Allí, entonces, lo invisible es la certeza que nos consta.

Y ya para dejar en paz a Villoro y su fútbol de pasión y de cerebro –ese que “es por excelencia el juguete para adultos de la sociedad contemporánea”, entresacamos del blog “Entre Libros”, de Sofía David, otras frases y reflexiones que se nos brindan en “Dios es redondo”:
“El juego sucede dos veces: en la cancha y en la mente del público” (…) Elegir equipo es una forma de elegir cómo transcurren los domingos (…) Es posible que el futbol represente la última frontera legítima de la intransigencia emocional; rebasarla significa traicionar la infancia, negar al niño que entendió que los héroes se visten de blanco o de azulgrana (…) En sus peores momentos el fan de fútbol es un idiota con la boca abierta ante un sándwich y la cabeza llena de datos inservibles (…) El área chica es una zona erógena. Los futbolistas no necesitan que los entrene Freud para saber que sus acciones provocan una elevada temperatura erótica” (…) La pelota reclama afecto. Si es pateada con pasión, el tiro acabará en las redes. Si es pateada con angustia o despecho, acabará junto al tipo que te vende las cervezas”.


Fontanarrosa: de fútbol, cuentos y humor gráfico

A estas alturas del partido no aceptaríamos un pitazo final sin volver al patio propio, que es donde toda genuina pasión de fútbol se ha iniciado. Paul Brito, escritor barranquillero, hincha de Junior y Barcelona, de padre futbolista y él mismo practicante y feligrés de cancha, telepantallas y tribunas, ha escrito esto, en letra más que fresca (Latitud, El Heraldo), acerca del más rutilante de sus astros de la galaxia fútbol: el inefable Leonel Messi…

(Leo Messi) se mueve en curva o en tangente continua, en la cresta de una ola, en un incremento continuo de la aceleración. Leo potencia su energía con las fuerzas internas que descubre bajo el relieve de sus propios movimientos. Su forma de jugar es una intuición del absoluto. Él se mueve sobre el eje donde se funden el tiempo y el espacio…  
¿Dónde más filosofía de cancha y grama, más fútbol-pasión, más letra de cerebro-pie-y balón?
(FIN)