lunes, 21 de enero de 2013

Construir otra cultura. Por Jorge Guebely



La auténtica cultura popular sigue siendo una utopía. Ha sido sepultada por los valores de las elites dominantes, la de los poderosos en la economía y la política. Ese tejido militar de pétreas jerarquías y de fuerza material. Cultura donde el capital ejerce la razón superior del existir, impuesta verticalmente de arriba hacia abajo sin retorno. Aun los más desheredados están contaminados de capitalismo. Un pobre no es más que capitalista fracasado. Y en medio de la indigencia, sus aspiraciones supremas sigue siendo la urgencia de poseer poder económico y vivir en sus encantos. No es fácil vacunarse eficazmente contra los embrujos del capitalismo.
Desafortunadamente nos domina la cultura que crea el peor de los futuros para la humanidad. Su voracidad demuele arbitrariamente los principios, las morales y la vida misma. Su peligrosa bandera del progreso arrasa indiscriminadamente con pueblos y  ecosistemas. Nada le es tan sustancial como el lucro. Semejante moral constituye un peligro para la especie y para el globo terráqueo. Nadie detiene su avaricia, la tierra entera se ha convertido en su gran damnificada. Grande fue el desastre de la vida marina causada por la explosión de pozos petroleros de la BP en el golfo de México. La tragedia de Chernóbil, aún viva, fue peor que la devastación de Hiroshima y Nagasaki juntas según los expertos. Y el olvido de estos desastres lo debemos a sus estrategias de enterrar pronto sus errores en el bullicio de la publicidad para seguir descalabrando el planeta en otra región.
Su éxito radica en que los capitalistas no están solos en el mundo. Tienen sus ejércitos de políticos y militares para defender su codicia. Las diferencias ideológicas de liberal y conservador se borran cuando se trata de proteger capitales. Se convierten en disputas escandalosas e infructuosas. Ver la actual querella entre el expresidente Uribe y el presidente Santos. Ninguno abjurará de su rol político: ser héroe de inversionistas nacionales e internacionales en contra de pueblos y de sistemas ecológicos. Ninguna diferencia trascendental existe entre los dos. El segundo sigue cuidando los ‘huevitos’ del primero: seguridad democrática, confianza inversionista y cohesión social de la elite. Verbosa contienda mediática con epítetos escandalosos que las mentes lúcidas la oyen como una algarabía electoral. Verdadero ejemplo de cultura capitalista: brillante barahúnda para persistir en la infecundidad humana.
Y sucumbiremos si sólo vivimos valores capitalistas, si nos seduce su política de escándalo y esterilidad, y su mercado de brillo y frustración. Si no construimos otra cultura de vida, no de capital.

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