La auténtica cultura popular sigue
siendo una utopía. Ha sido sepultada por los valores de las elites dominantes,
la de los poderosos en la economía y la política. Ese tejido militar de pétreas
jerarquías y de fuerza material. Cultura donde el capital ejerce la razón
superior del existir, impuesta verticalmente de arriba hacia abajo sin retorno.
Aun los más desheredados están contaminados de capitalismo. Un pobre no es más
que capitalista fracasado. Y en medio de la indigencia, sus aspiraciones
supremas sigue siendo la urgencia de poseer poder económico y vivir en sus
encantos. No es fácil vacunarse eficazmente contra los embrujos del
capitalismo.
Desafortunadamente nos domina la
cultura que crea el peor de los futuros para la humanidad. Su voracidad demuele
arbitrariamente los principios, las morales y la vida misma. Su peligrosa
bandera del progreso arrasa indiscriminadamente con pueblos y
ecosistemas. Nada le es tan sustancial como el lucro. Semejante moral
constituye un peligro para la especie y para el globo terráqueo. Nadie detiene
su avaricia, la tierra entera se ha convertido en su gran damnificada. Grande
fue el desastre de la vida marina causada por la explosión de pozos petroleros
de la BP en el golfo de México. La tragedia de Chernóbil, aún viva, fue peor
que la devastación de Hiroshima y Nagasaki juntas según los expertos. Y el
olvido de estos desastres lo debemos a sus estrategias de enterrar pronto sus
errores en el bullicio de la publicidad para seguir descalabrando el planeta en
otra región.
Su éxito radica en que los capitalistas
no están solos en el mundo. Tienen sus ejércitos de políticos y militares para
defender su codicia. Las diferencias ideológicas de liberal y conservador se
borran cuando se trata de proteger capitales. Se convierten en disputas
escandalosas e infructuosas. Ver la actual querella entre el expresidente Uribe
y el presidente Santos. Ninguno abjurará de su rol político: ser héroe de
inversionistas nacionales e internacionales en contra de pueblos y de sistemas
ecológicos. Ninguna diferencia trascendental existe entre los dos. El segundo
sigue cuidando los ‘huevitos’ del primero: seguridad democrática, confianza
inversionista y cohesión social de la elite. Verbosa contienda mediática con
epítetos escandalosos que las mentes lúcidas la oyen como una algarabía
electoral. Verdadero ejemplo de cultura capitalista: brillante barahúnda para
persistir en la infecundidad humana.
Y sucumbiremos si sólo
vivimos valores capitalistas, si nos seduce su política de escándalo y
esterilidad, y su mercado de brillo y frustración. Si no construimos otra
cultura de vida, no de capital.Columna www.laNación.com.co