De Rio de Janeiro y Barcelona
a los Juegos Barranquilla 2018
Cada cuatro años,
la celebración de los Juegos Olímpicos se evidencia como la más importante
competición multideportiva del mundo. Casi todos los países de los cinco
continentes preparan a sus deportistas de alto rendimiento y estos se esfuerzan
al máximo por conquistar medallas y récords, junto con gloria y fama universales.
Sin duda, los mejores Juegos de la era moderna fueron las
Olimpíadas de Barcelona en 1992. En la Ciudad Condal se dieron cita 10.500
atletas de 172 naciones. En el espejo retrovisor de Barcelona 92 se inspiró
precisamente la organización de Río 2016, que igualmente resultó un éxito
ejemplar contra todos los augurios adversos.
Para los organizadores de los recientes Olímpicos de Río, “la
realización de los juegos nos deja un legado de sustentabilidad en seguridad,
infraestructura, rehabilitación del puerto, y en educación y deporte”.
Barranquilla afronta el compromiso de hacer los Juegos
Centroamericanos y del Caribe del 2018, una cita de cada cuatro años que traerá
esta vez a 7 mil atletas de 31 países del continente a competir en medio
centenar de disciplinas deportivas. Será la segunda ocasión para Barranquilla 72
años después de aquellos históricos Quintos Juegos de 1946. Hace 10 años, Cartagena
fue la ciudad sede (2006), Mayagüez (Puerto Rico) en el 2010 y Veracruz
(México) realizó los pasados Juegos Centroamericanos y del Caribe en 2014.
Por su alta convocatoria mediática y su poder de movilizar
ciudadanos y voluntades tanto políticas
como financieras, no pocas ciudades del mundo han aprovechado la fuerza motriz
de los grandes eventos deportivos internacionales para impulsar transformaciones
urbanísticas.
En 1986 triunfó la candidatura de Barcelona para los XXV
Juegos Olímpicos a celebrase en 1992. Resultó ser una coyuntura histórica, y a
la postre inolvidable por cierto, como premio al inmenso esfuerzo colectivo de
los catalanes, pues al éxito deportivo y de organización se sumó pronto la
admiración por sus logros urbanísticos, puestos en directo a los ojos del
mundo. Sin desmayo ni pausa los catalanes lograron transformar a la ciudad y su
gente en menos de seis años.
Los
Olímpicos proyectaron internacionalmente a Barcelona como un paradigma urbano
aún vigente. “El modelo Barcelona es el que más alegrías ha dado a una ciudad
organizadora décadas recientes”. Las inversiones olímpicas de Barcelona y su
impacto socioeconómico no tienen comparación con ninguna otra ciudad sede de un
gran evento deportivo. “El secreto de su éxito lo fue su capacidad de
estructurar la ciudad”.
Barcelona vivió
modificaciones de gran calado. La construcción del Puerto Olímpico para
albergar las embarcaciones deportivas de los Juegos, abrió la ciudad al mar. La
Villa Olímpica, que alojó a unos 15.000 deportistas, se construyó en uno de los
barrios más degradados de la ciudad, “donde
una barrera ferroviaria impedía el acceso al frente marítimo; todo se
reinventó allí para darle una imagen moderna y adecuada con el movimiento
olímpico”.
Al mismo tiempo, para dinamizar la ciudad y mejorar el
desplazamiento dentro de la misma, se creó un entramado de vías rápidas que
conectaban puntos alejados de la ciudad, “dotándola de un dinamismo y una
accesibilidad de la que nunca había gozado. Las Olimpiadas tuvieron el efecto
de abrir la ciudad al mar, al que hasta entonces Barcelona había dado
sistemáticamente la espalda”.
Todas esas que fueron nuevas infraestructuras del urbanismo
barcelonés siguen en plena vigencia y funcionalidad. “El olimpismo fue el
pretexto ideal para modernizar a Barcelona, que necesitaba tan sólo de un
impulso como éste para crecer”.
Barcelona dinamizó su turismo, remodeló su ciudad y tuvo un
gran impacto internacional. Por eso, sigue siendo hoy en día el mejor ejemplo
de renovación urbana y crecimiento turístico: de 1 millón 700 mil visitantes en
1992 pasó a más de 8 millones de turistas anuales, hoy en día.
Ya recién clausurados los Olímpicos de Río de Janeiro 2016,
preguntémonos: en cuenta regresiva de 700 días hacia los Juegos
Centroamericanos y del Caribe del 2018 ¿Cuál es el escenario real y las
expectativas potenciales que Barranquilla presenta hoy por hoy como urbe
anfitriona de este compromiso de envergadura continental?
He aquí algunas inquietudes urbanas que nos surgen y urgen,
de cara a los Juegos del 2018:
Desde
los años 60 el crecimiento de la ciudad se ha orientado fundamentalmente hacia
el norte y en abanico hacia el suroccidente ocasionando cierto desequilibrio
urbano. ¿Servirán los Juegos de 2018
como un intento efectivo de reequilibrio, revalorando definitivamente la
fachada urbano-fluvial, de cara al Río Magdalena?
Barranquilla parece encaminada a dejar atrás su paso
industrial. Otras perspectivas se abren, de nuevo por su privilegiada posición
de conectividad frente al mundo globalizado de hoy. Entretanto ¿podremos pensar
en un frente de turismo urbano / turismo cultural como sí lo con concretó ya la
ciudad de Barcelona?
Uno de los aspectos más importantes es decidir qué se debe
hacer con la infraestructura de los Juegos, sobre todo los nuevos espacios
creados para la ocasión. Si las instalaciones no tienen un importante
aprovechamiento, pueden convertirse en justo blanco de críticas por
planificación desorientada y despilfarro público.
La Villa Olímpica
(¿en el sector de La Loma también, vecino al río y donde quedará el complejo
administrativo distrital?), ya después de los Juegos ¿será un barrio de
carácter residencial o mixto, suficientemente equipado –todos los servicios,
zonas verdes y parques– para orgánicamente integrarse al centro histórico y
comercial de Barranquilla, y a los cercanos barrios tradicionales de Abajo y
Rosario?
¿Cómo encajarán con lo anterior el presumible plan de
infraestructura en materia de transporte, movilidad, logística y medioambiente?
¿Se encaminará todo al objetivo de que Barranquilla (de nuevo) y su área
metropolitana se refrenden frente a las redes económicas internacionales como
la puerta norte de toda América del Sur?
A propósito de la propuesta nacional de la Andi “Ciudad Caribe Colombia”, un diario
capitalino (Ciudad Caribe, ¿ciudad
verde?) apuntaba en su editorial reciente: “(que) las ciudades de Santa
Marta, Barranquilla y Cartagena se constituyan en un gran polo de crecimiento y
bienestar es una propuesta con grandes posibilidades para la gestión ambiental
territorial y que, desde el norte del país, tendría implicaciones nacionales.
(…) Ahora que Colombia comienza a aparecer en el mapa ecoturístico mundial, la
gran oportunidad está planteada”.
FIN