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El arte urbano –llamado también ‘arte callejero’– nació al filo de los años 80 en las grandes metrópolis del primer mundo, como Nueva York y Londres, París y Barcelona.
Bajo la óptica de unas perspectivas propias, a la tímida luz de un proyecto nuevo de ciudad para este siglo XXI, hoy Barranquilla se hermana con aquellas grandes urbes, de la mano y el trazo de una generación emergente de jóvenes artistas urbanos de vigorosa estirpe popular.
Ellos imprimen sus mensajes con fuertes chorros de aerosol (latas) o fumigando plantillas (esténcil) sobre el muro público. Para los artistas callejeros, “los muros urbanos no son otra cosa que la piel de la ciudad que habitan” y, furtivos, se los toman cuando la noche cae, con la misma propiedad con que algunos otros deciden tatuarse la propia piel para ‘gritar’ lo suyo en carne viva.
Esparcidos ahora por todo el mundo, los artistas urbanos han sido ya reconocidos como oficiantes “de un arte controversial” que representa la voz de un ancho sector de la comunidad: “los grupos marginados y los jóvenes”, que quieren y se esfuerzan por ser escuchados. Como una dimensión activista y callejera del arte contemporáneo, el grafiti y el arte urbano han evolucionado en forma magistral con acompañamiento de artistas plásticos, para convertirse en objeto de estudio por parte de la más alta academia.
Investigadores del fenómeno, como Issa Villarreal, señalan lo siguiente: “Con la fuerza de las voces únicas que buscan alcanzar a los demás por cualquier medio posible, estos ejemplos de expresión contemporánea desafían y contrastan con la idea común del arte, que usualmente es retratada como algo tan valioso que necesita ser protegido y guardado en un lugar seguro, como los museos de alta seguridad o galerías para élites”.
Con todos sus contenidos y parafernalia contemporánea, habría que decir que todo comenzó por una costumbre antiquísima: la de escribir el propio nombre en lugares y propiedades públicas. Se utiliza en arqueología el término “graffiti” (en latín graphiti) para referirse a este tipo de inscripciones realizadas sobre paredes de piedra: “De antiguo, las paredes de mazmorras y prisiones muestran los mensajes, dibujos y calendarios” realizados y firmados por los cautivos.
El ensayista español Valentín Justel Tejedor lleva los orígenes de este arte mucho más atrás, cuando escribe: “En los albores de la humanidad ya se realizaban trazas, señales, marcas, signos y dibujos por los primitivos pobladores, así testimonios asimilados al grafiti son las pinturas rupestres. Las civilizaciones egipcia y romana igualmente usaban esta técnica visual en sus tumbas y catacumbas”.
Uno de los más recientes y famosos precedentes de esta técnica fueron los célebres grafitis de los disturbios de mayo de 1968 en París: “La imaginación al poder”, por ejemplo. Manifestaciones estéticas que surgían diseminadas por las fachadas parisinas, “que unían la fuerza expresiva de una frase o mensaje con un dibujo o imagen simbólica del momento histórico–social”.
Justel Tejedor destaca sus clandestinidades como otra ‘marca’ inherente del arte callejero: “A pesar de que las calles de un barrio aparezcan jalonadas de cientos de grafitis, no se reconoce a sus autores sino es bajo el seudónimo de su tag o firma. Igual la disortografía, que se muestra como un elemento más de esa proyección rebelde y antisocial del ‘arte del spray’, es decir, se conocen las normas léxicas, pero no se aceptan, y es por ello que se utiliza un lenguaje modificado que se adapta a su propia identidad. Por último, otra particularidad de la iconografía del grafiti es su fugacidad: el grafiti representa el valor de lo efímero”.
“Murillando” y la neoestética urbana
La globalmente autollamada Generación X de los artistas urbanos se visibiliza ahora en Barranquilla, de punta a punta, y a lo largo de una de sus vías-arteria más emblemáticas: la Calle Murillo.
Inserto en el proyecto “Barranquilla Bella”, el programa de estética urbana “Murillando” es una de las iniciativas más frescas y atrayentes de la Administración Distrital para concitar la participación ciudadana.
Este proyecto –dice Catalina Ucrós, especialista en Ciencias Políticas en Francia y jefe de Participación Ciudadana del Distrito de Barranquilla– “mejora la calidad de vida y genera sentido de pertenencia, además refuerza la relación del ciudadano barranquillero con la urbe, su entorno y su significado. Implica que cada uno afirme y desarrolle su potencial humano a través de la lúdica, la recreación, el arte y la cultura vial”. “Murillando” está en marcha con la ejecución de 8 intervenciones urbanas en todo muro, desde la carrera 5B hasta su intersección con Vía la 40.
Los autores de estas transformaciones son: Osvaldo Cantillo (artista plástico), Fredy Gallego, Óscar Tapia (artista plástico), Omar Alonso (artista plástico), Fuan Espaguetti, Coco Snoze, Elber (Toby), Martín, Joe, Kevin Ortiz, Zech, Larry Toloza (Lápiz) y los colectivos BesaCalles y RevelArte.
Estos artistas que hoy se dan cita en la Calle Murillo, resumen su intervención con la expresión de Fuan Espagueti al decir: “El graffiti tiene la misión de dialogar con los ciudadanos. Llamémoslo choque, impacto, agresión o como nos guste, lo importante es que una pieza por lo general nunca pasará desapercibida.
Agrado, descontento, son, entre otros muchos, los sentimientos y sensaciones causadas en el ciudadano que se ve obligado, de uno u otro modo, a ser partícipe de aquello plasmado en la pared. La pintura en el muro siempre nos cuestiona, existe un diálogo entre él y la sociedad.
Son muchas y diversas las interpretaciones sobre un mismo grabado, tan válidas unas y otras, que ninguna debería ser cuestionada ya que, en últimas, es el ciudadano común y corriente quien está más relacionado con aquella pieza plasmada en un muro. Luego, entonces, ellos tienen derecho a darle interpretación, sentido y contenido a lo que ven”.
Por David Cortés Ortega
Especialista en urbanismo. Presidente de la Fundación Nueva Ciudad.
Especialista en urbanismo. Presidente de la Fundación Nueva Ciudad.