La Primera Guerra Mundial, iniciada hace cien años, no sólo
produjo dividendos económicos sino prebendas políticas. Torpe sería atribuir su
origen al asesinato del archiduque austriaco, Francisco Fernando. Ningún
asesinado, por muy ilustre que sea, provoca una conflagración de esas
magnitudes. Fue más bien un negocio redondo para las elites financieras,
especialmente las judías. Sus capitales sufragaron el conflicto en ambos bandos
para promover el mercado bélico. Exacerbaron patriotismos y nacionalismos utilizando
sus medios masivos de comunicación: agencia Wolff en Alemania, Reuters en
Inglaterra y Havas en Francia. Con chantajes o complicidades, emplearon
políticos sagaces y militares sanguinarios para avivar el fuego. Y mientras
morían nueve millones de ingenuos soldados, creían combatir por una causa
superior, el mercado bélico entró en un apogeo sin precedente en la historia de
la humanidad. Más de 130 millones de personas vieron sus vidas menoscabadas a
raíz de un negocio ajeno y asesino.
Cuatro años después, Alemania, sin explicación aparente,
propuso a Inglaterra un armisticio de paz a pesar de ir ganando la guerra. De
pronto se debilitó. No fluyeron más los préstamos. Era una de las estrategias
de las elites judías para construir un Estado en territorios palestinos los que
estaban ocupados por ingleses. Esa misma elite obligó al presidente Wilson de
los Estados Unidos a entrar en guerra contra Alemania sin importar que, en su
campaña electoral, hubiese prometido un no a la guerra europea. El tratado de
Versalles ratificó ese deseo, Los judíos askenazis obtuvieron autorización para
instalar los primeros asentamientos en tierras ajenas. Apenas eran el 1% de la
población. En la Segunda Guerra Mundial fueron reconocidos como Estado. Hoy
poseen el 80% del territorio palestino. Un Estado en donde varios de sus
dirigentes fueron terroristas funcionales. Sólo que el terrorismo de las elites
tiene tintes celestiales; los otros, son diabólicos.
Al final de la guerra, Alemania descubrió la traición de los
capitales financieros. Hitler, soldado de un frente, los culpabilizó de la
derrota y del atroz endeudamiento. La mezquindad financiera había engendrado
otro monstruo más. Basta leer ‘Mi lucha’ para entender su odio. Odio que, en la
Segunda Guerra Mundial, se convirtió en holocausto. Seis millones de judíos
populares fueron perseguidos y masacrados por la furia hitleriana. Incluso, con
apoyo de la elites financieras, muchos de ellos, judíos. Porque para las elites
financieras, los conceptos de raza, cultura, humanismo… no son más que
bagatelas. Sólo les interesa la patria del dividendo. Verdaderos gallinazos
humanos, hacen de la muerte un festín de ganancias, prebendas y bellaquerías