Exceptuando las mentes belicistas o
quienes usufructúan la guerra, los demás saludaremos con pañuelos blancos los
diálogos de paz. Conviene acabar esa matazón fratricida e infecunda donde sólo
los estratos bajos se aniquilan entre sí por sueños ajenos. No vale la pena
seguir construyendo ese ejército de mutilados en nombre de una patria que
solamente los utiliza, ni llenar el territorio nacional con cadáveres
despedazados por bombas en nombre de una libertad ciega, ni continuar con el
secuestro y la extorsión por ser actos inhumanos independientemente de quienes
lo sufran. Es torpe continuar con una guerra que ha demostrado ser un enorme
equívoco histórico. Hoy, la humanidad espera combatir más con las armas del
conocimiento y menos con la fuerza bruta; más con las conciencias saneadas y
menos con las feligresías ideológicas.
Su final acabaría con un cúmulo de
incoherencias nacionales: el inmenso presupuesto bélico podría servir para
inversiones sociales, la cultura de la guerra dejaría de flagelarnos, no
volveríamos a elegir mandatarios por temor a las Farc, el Dr. Uribe tendría que
inventar otro discurso para ondear su espíritu guerrerista, y las elites
carecerían del argumento de la infiltración para desacreditar los movimientos
ciudadanos cuando reclaman sus derechos.
Sin embargo, acabaría la guerra pero no
habría paz. El Estado capitalista es incapaz de hacer la paz, su naturaleza se
lo impide. No se lo permite su instinto de poder vertical, ni su cultura de
inequidad, ni sus prácticas corruptas, ni su política mañosa, ni sus capitales
voraces, ni su desdén por los vencidos, los que no han podido escalar los
estratos superiores, más del 80% de los ciudadanos. No puede haber paz en donde
la hambruna lleva a la tumba a miles de colombianos, donde abunda el desempleo
a pesar de la permanente desinformación del Dane, y la justicia se enreda en un
laberinto de envilecimientos, y la voracidad implacable de los pudientes devora
al país, y la astucia política se convierte en ruina para sus electores, y la
mentira electoral deviene costumbre para perpetuar la indignidad. Un Estado que
únicamente protege el poder económico y el político a todo precio en detrimento
del ser humano no puede construir la paz.
‘Que nadie se haga ilusiones –dice Juan
Pablo II-, la simple ausencia de guerra, aun siendo tan deseada, no es sinónimo
de una paz verdadera. No hay verdadera paz sino viene acompañada de equidad,
verdad, justicia, y solidaridad’. Es decir, un Estado distinto, de seres
humanos, no esta madriguera de lobos y corderos.
(Columna tomada de LaNacion.com.co)
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