Desde la Colonia, muchas colombias conviven mal en Colombia.
Las colombias de Chapetones, de criollos, de indígenas y de afrodescendientes
chocaron por distintos intereses económicos y culturales. Se impuso la minoría
criolla, el 15% de los eupátridas colombianos. Ellos expulsaron a chapetones
durante las guerras independentistas y excluyeron a indios, negros y pobres,
como los llamaban despectivamente. Obtuvieron independencia política, no
económica. Y después de dos siglos en el poder, viven del neocolonialismo y la
exclusión mayoritaria.
Tal vez para ellos sean las óptimas estadísticas oficiales,
no para los otros. A ellos los tranquiliza el crecimiento económico del 4.3%,
el 9.8% de la construcción, el descenso del desempleo a un dígito, los 2.4
millones de personas que superaron la pobreza, y el 1.2 millones que abandonó
la pobreza extrema… Cifras frías, sin credibilidad. El DANE, más que
institución respetable, semeja un calanchín de gobiernos criollos. Sus
parámetros de medición distorsionan resultados, especialmente los índices de
pobreza y empleo.
Números que sirven para maquillar mejor el fraude nacional.
Ellos van bien pero el país va mal.
Basta mirar las calles de cualquier ciudad para descubrir la
falsedad de su optimismo. Las otras colombias padecen crisis sin antecedentes.
La criminalidad se disparó en todo el territorio nacional. Paramilitares,
guerrilla, bandas urbanas, delincuencia común y extorsionistas gobiernan los
extensos espacios donde no hay Estado o donde el Estado actúa como fotografía.
La policía y el ejército, desbordados o corrompidos, no funcionan. Horripilante
el informe de Human Rights Watch sobre Buenaventura, víctimas capturadas ante
la mirada horrorizada de ciudadanos son llevadas a casas de piques,
desmembradas vivas según gritos, y esparcidas entre basurales y mares.
Buenaventura, ciudad macabra pero visible, semejante a otras, pero invisibles.
Invisibles, las fronteras urbanas que provocan asesinatos cotidianos. Visibles,
los cadáveres torturados y degollados, despedazados y regados en campos y
veredas. Visibles, el 80% de desempleados en regiones apartadas, y las
muchedumbres desplazadas, y el tumulto de indigentes, vendedores ambulantes y
delincuentes callejeros. La pobreza nacional destroza las otras colombias.
Y en la ebriedad de su mentira, en los delirios del
optimismo, el Presidente exclama: ‘Y vamos por más’. Más burocracia, más
promesas, más ineptitud. Nada le recuerda
a nuestra élite criolla el colapso de su Estado. Nada les dice que
carecen de herramientas mentales para enderezar el rumbo. Ellos están atrapados
en su propia trampa. Quizás las otras colombias en las calles, exigiendo
derechos civiles y humanos, los despierten de ese camuflaje de gangrena donde
un 15% somete democráticamente al resto de la nación.
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