Nada es más cierto
que la mentira en política. Para sobrevivir, cada político debe reinventarse
permanentemente en el artificio, ilustrar mejor que nadie los versos de
Machado: ‘El hombre sólo es rico en hipocresía. / En sus diez mil
disfraces para engañar confía…’.
Profesional del
ardid, miente al nombrar la Democracia. Consciente o inconscientemente alude a
la Plutocracia, el poder de las elites económicas, los verdaderos electores y
gobernantes del país. Elites voraces, sin escrúpulos, dispuestas a todo,
incluso al crimen, con tal de ganar escaños en los gobiernos. Actores disímiles
la conforman: delincuentes exitosos y encopetados oligarcas, narcotraficantes
omnipotentes y poderosos terratenientes, empresarios modestos y grandes
capitalistas nacionales e internacionales. Pablo Escobar o Luis Carlos
Sarmiento, La Gata o la Multinacional. Cuadro pavoroso de mercaderes en
política.
Samper ganó con
dineros del narcotráfico; Uribe, con el apoyo paramilitar. Santos visitó en
Cartagena a Piedad Zuccardi, tan cuestionadas por sus relaciones con paras;
presidente generoso con la ‘mermelada’, (más de tres billones de pesos);
utiliza lo bienes del Estado para mercar políticos, esa afrentosa subienda en
épocas electorales. Sólo ellos, los plutócratas, pueden feriar senadores,
gobernadores, alcaldes... Sólo ellos pueden pagar precios tan elevados por esta
mercancía que, según región, sobrepasan los 10 y 15 mil millones de pesos.
Sistema electoral distorsionado que Darío Echandía llamó con acierto:
‘democracia de orangutanes’.
También miente el
político al esgrimir su ‘vocación de servicio a la comunidad’. Imposible
prescindir del compromiso con sus mejores postores. Como los conductores de
taxi, va donde lo exige el pasajero, el que paga la carrera. Y deben mentir a
la comunidad en sus promesas de campaña, sus espejitos de palabras, las
ignominias para quienes no sufragan su elección. Y se mienten también los
ciudadanos en su terca ingenuidad de soñar con la eficacia de sus votos. La
cantidad de votantes sólo sirve al político para feriarse a mejor precio. En la
plutocracia, el poder reside en los pesos del opulento, no en los votos
ciudadanos.
Se excluirían del
desbarajuste los candidatos de opinión, sus votos fustigan el malestar social:
la pasada ‘ola verde’ o la persistencia de algunos candidatos de izquierda.
Grupo minoritario, menos del 10% en el Congreso, conminado a ejercer la
denuncia. Labor ambigua y dramática, sirve al mismo tiempo para destapar
desafueros de plutócratas y, también, para dar credibilidad a la Democracia de
los orangutanes.
La ruina política
está garantizada en próximas elecciones, ‘… pues nadie tiene la fórmula, según
el colombianólogo James Robinson, para quebrar el poder tradicional’.
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