La Literatura existe
para despejar las incógnitas del ser humano, dilucida sus
miserias y grandezas, sus verdades y mentiras; el desorden que lo convierte en
el animal más soberbio y más apaleado sobre la tierra.
Así lo muestra en la
tragedia de ‘Antígona’, allí desvela cómo dos verdades se hacen
irreconciliables gracias a la ignorancia del Poder. Frente al cadáver de
Polineces, el guerrero que osó oponerse a Tebas y muerto por su propio hermano,
Creontes, rey de la ciudad, decide dejarlo insepulto. Obedece a los mandatos
oficiales: ‘…quien faltase las leyes del Estado o pretenda imponer las suyas,
este tal no será quien escuche alabanzas mías’. Por el contrario, Antígona, hermana del difunto y sobrina del Rey, lo sepulta. Cumple con los preceptos
divinos, ‘…nunca creí que harías prevalecer tus bandos –le refuta a Creontes-,
¡tú, mortal!, por encima de las leyes no escritas e inquebrantables de los
dioses’. Defiende el derecho natural del individuo, no le importa contravenir
las leyes del Estado. Sófocles enfrenta una verdad de origen divino a una de
origen humano, el conflicto cotidiano de los hombres.
Considera que la
Sabiduría hace superable la confrontación, basta oír a Tiresias, el sabio ciego
para ver mejor la esencia del mundo. Pero la soberbia de Mandatario lo
destroza, está poseído por la arrogancia del Poder, carece de sensatez para
orientar su pueblo hacia fines superiores. Primero se niega ante Tiresia,
después duda. Cuando acepta, es demasiado tarde. La tragedia se viene encima,
Antígona será condenada y morirá por su transgresión. Creontes será castigado
por los dioses: morirán su hijo Hermón, amante de Antígona, quien se suicida
con su propia espada, y Eurídice, su esposa, al no soportar el dolor por su
hijo fallecido. El desastre apenas comienza,
posteriormente abarca la ciudad
entera. Es el destino de una especie condenada a vivir en las elucubraciones de
su conciencia incipiente, apta para acoger los desastres del Poder y rechazar las benignidades de la Sabiduría. ‘No
se necesitan mandatarios astutos y poderosos para gobernar los pueblos sino
sabios’, parece ser el pensamiento de Sófocles.
La misma tragedia
persiste hoy, tampoco sirven las meditaciones de Hegel sobre Antígona, su
insistencia en la inoperancia del maniqueísmo, la absurda lucha de buenos
contra malos. Los gobernantes prefieren someter en vez de comprender,
desconocen las formas adecuadas para resolver el conflicto de los opuestos, el
maniqueísmo económico los alucina. Les place más el caos del cáncer social que
el esplendor de la vida sana.
¡Cómo recuerdo mi presente!
Columna tomada de LaNacion.com.co
Columna tomada de LaNacion.com.co
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