jueves, 23 de agosto de 2012

Recuerdo del presente. Por Jorge Guebely


La Literatura existe para despejar las incógnitas del ser humano, dilucida sus miserias y grandezas, sus verdades y mentiras; el desorden que lo convierte en el animal más soberbio y más apaleado sobre la tierra.

Así lo muestra en la tragedia de ‘Antígona’, allí desvela cómo dos verdades se hacen irreconciliables gracias a la ignorancia del Poder. Frente al cadáver de Polineces, el guerrero que osó oponerse a Tebas y muerto por su propio hermano, Creontes, rey de la ciudad, decide dejarlo insepulto. Obedece a los mandatos oficiales: ‘…quien faltase las leyes del Estado o pretenda imponer las suyas, este tal no será quien escuche alabanzas mías’. Por el contrario, Antígona, hermana del difunto y sobrina del Rey, lo sepulta. Cumple con los preceptos divinos, ‘…nunca creí que harías prevalecer tus bandos –le refuta a Creontes-, ¡tú, mortal!, por encima de las leyes no escritas e inquebrantables de los dioses’. Defiende el derecho natural del individuo, no le importa contravenir las leyes del Estado. Sófocles enfrenta una verdad de origen divino a una de origen humano, el conflicto cotidiano de los hombres.

Considera que la Sabiduría hace superable la confrontación, basta oír a Tiresias, el sabio ciego para ver mejor la esencia del mundo. Pero la soberbia de Mandatario lo destroza, está poseído por la arrogancia del Poder, carece de sensatez para orientar su pueblo hacia fines superiores. Primero se niega ante Tiresia, después duda. Cuando acepta, es demasiado tarde. La tragedia se viene encima, Antígona será condenada y morirá por su transgresión. Creontes será castigado por los dioses: morirán su hijo Hermón, amante de Antígona, quien se suicida con su propia espada, y Eurídice, su esposa, al no soportar el dolor por su hijo fallecido. El desastre apenas comienza, 
posteriormente abarca la ciudad entera. Es el destino de una especie condenada a vivir en las elucubraciones de su conciencia incipiente, apta para acoger los desastres del Poder y rechazar las benignidades de la Sabiduría. ‘No se necesitan mandatarios astutos y poderosos para gobernar los pueblos sino sabios’, parece ser el pensamiento de Sófocles.

La misma tragedia persiste hoy, tampoco sirven las meditaciones de Hegel sobre Antígona, su insistencia en la inoperancia del maniqueísmo, la absurda lucha de buenos contra malos. Los gobernantes prefieren someter en vez de comprender, desconocen las formas adecuadas para resolver el conflicto de los opuestos, el maniqueísmo económico los alucina. Les place más el caos del cáncer social que el esplendor de la vida sana.
¡Cómo recuerdo mi presente!

Columna tomada de LaNacion.com.co 

No hay comentarios:

Publicar un comentario